Crisis, paro, precariedad, temporalidad, alquileres desorbitados, hipotecas inalcanzables o encarecimiento de los alimentos. Todos estos elementos se han vuelto consustanciales al día a día de las jóvenes generaciones trabajadoras. Y es que, por mucho que se repita, la crisis capitalista y la brecha generacional no son tópicos catastrofistas, sino elementos que atraviesan las vidas de toda la juventud trabajadora. De las que hemos llegado a la edad de ser empleables por el capital en el ciclo histórico de encadenamiento de cuatro crisis consecutivas: la crisis financiero-inmobiliaria del 2008, la crisis de deuda posterior, la de la pandemia COVID-19 y, por último, la de la guerra de Ucrania.

Estas crisis no son elementos aislados, sino que responden a la incapacidad por parte del capital de generar un nuevo período de expansión y crecimiento, lo que sienta las bases para que la burguesía realice un ataque generalizado contra las condiciones laborales y de vida del proletariado, con el objetivo de aumentar las tasas de plusvalor y la rentabilidad. Es este el contexto de emergencia de la juventud proletaria como un sujeto devaluado dentro de la clase trabajadora, ya que esta carece de la mayor protección laboral y estatal de la que pudieron contar ciertas capas de las generaciones obreras anteriores al periodo de crisis capitalista prolongado.

Esto se manifiesta, en primera instancia, en los datos de empleo, ya que la juventud trabajadora ha quedado parcialmente excluida del empleo asalariado, siendo empleada mediante contratos precarios o temporales. Así, el Estado español es el Estado con la segunda mayor tasa de paro juvenil de la Unión Europea, con un 28% de jóvenes que se encuentran sin trabajo. Y de las que lo tienen, casi el 55% lo hacen mediante un contrato temporal. Además, cerca del 30% de las personas de entre 16 y 29 años que trabajan lo hace a tiempo parcial. Siendo de estos el 53% los que querrían tener un empleo a tiempo completo. Esta parcialidad involuntaria es especialmente grave entre las mujeres jóvenes, que representan un 63% de quienes no encuentran un empleo a tiempo completo.

Pero la condición de sujeto devaluado de la juventud de clase trabajadora no se confirma meramente en el tipo contractual, sino que los salarios reales han bajado de manera generalizada respecto a los de las generaciones trabajadoras anteriores a la crisis. Así, el salario medio anual de los jóvenes de entre 18 y 25 años apenas supera los 7.300 euros, un 65% menos del salario medio. Por lo que casi el 30% de los jóvenes trabajadores se encuentra en situación de riesgo de pobreza o exclusión social.

La devaluación salarial continuada no ha sido revertida por la última Reforma Laboral del autodenominado “gobierno más progresista de la historia”. Ya que la Reforma Laboral encabezada por sindicatos mayoritarios, patronal y Gobierno mantiene el despido igual de barato que lo dejó el gobierno de Rajoy, no recupera los salarios de tramitación por despido y las indemnizaciones por despido improcedente se mantienen igual. El gran logro de esta reforma es así “maquillar” los escandalosos números de empleo temporal mediante la consolidación de figuras como el “fijo discontinuo”, que bajo un contrato indefinido oculta la misma precariedad y facilidad al despido de siempre.

En el modo de producción capitalista, el salario es el que marca el acceso a los medios de vida, entre ellos la vivienda. Actualmente, tan solo el 17% de la población menor de 30 años ha logrado emanciparse. Pues para poder pagar el alquiler de una vivienda las jóvenes generaciones proletarias deben dedicar casi el 80% de su salario o, en caso de compra, más del 50% para pagar las mensualidades de la hipoteca. Y no solo eso, sino que lo que debería dedicar para sufragar la entrada de una hipoteca supone 3,8 veces su salario anual neto.

A esta tendencia de devaluación generalizada en el tiempo de las condiciones laborales y de vida de las jóvenes generaciones trabajadoras le denominamos proceso de proletarización. Proceso que está acabando con el pacto social capitalista sustentado en la existencia de unas amplias clases medias. Y es que en el Estado español también los descendientes de familias de las clases medias tienen un riesgo elevado de acabar siendo pobres. De hecho, es el Estado de la eurozona en el que hay un mayor porcentaje de jóvenes que crecieron en hogares acomodados que hoy están en situación de pobreza, cerca de un 17% de la juventud trabajadora.

Pero no solamente hablamos de proletarización, sino que también lo hacemos de una ofensiva capitalista llevada a cabo por grandes empresarios y oligarquía financiera. Así, el contexto de inflación está siendo aprovechado por la burguesía para reestablecer sus tasas de ganancia vía ataque directo a los ahorros de la clase trabajadora. En menos de un año casi la mitad de los productos de la cesta de la compra han crecido más de un 7% y los precios de los alimentos se han elevado en media por encima del 15%.

Mientras tanto, las empresas están elevando sus precios de venta por encima del aumento del precio de la energía y salarios. Y con ello los beneficios empresariales del Estado español crecieron un 52% en los tres primeros trimestres de 2022 con respecto a su nivel anterior a la pandemia. Lo que significa que ganan casi 21.000 millones de euros más que en 2019. En especial, la gran banca pulverizó récords en el 2022, y ganó más de 20.850 millones, un 28% más de lo que lo hizo en el 2021. De esta forma, vemos como la oligarquía financiera está así aprovechándose de la subida de tipos de interés y del encarecimiento del crédito que está efectuando el Banco Central Europeo. 

Pero cabe acabar resaltando que la crisis y la inflación no son elementos puramente técnico-económicos, como si de fenómenos meteorológicos se tratasen. Al contrario de lo que el pensamiento económico dominante y los medios de comunicación quieren hacernos ver, el encarecimiento de la vida y devaluación continua de las condiciones de vida de las jóvenes generaciones proletarias son consecuencia de una ofensiva de clase de la burguesía, de una ofensiva capitalista. Por ello, responder aumentando nuestras capacidades de organización políticas es el deber de toda la juventud trabajadora. Para lo cual debemos asumir la tarea de encabezar y nutrir un Proceso Socialista que frene la ofensiva capitalista que vivimos y supere las condiciones explotación consustanciales al modo de producción capitalista.