El momento de crisis y ofensiva burguesa que atravesamos no puede entenderse sin situar correctamente uno de sus elementos fundamentales: la crisis ecológica. Esta crisis, que se ha convertido ya en una de las mayores amenazas para la clase trabajadora, fuera de las visiones unilaterales y simplistas con que muchas veces se presenta, es una crisis multidimensional, la cual incorpora fenómenos y fracturas múltiples, sucesivas y mutuamente determinadas entre sí. Entre ellas pueden destacarse la abundante destrucción de ecosistemas, la pérdida de biodiversidad o la extinción masiva de especies; las subidas generalizadas de temperaturas y los fenómenos meteorológicos extremos; el agotamiento del ozono estratosférico, la carga de aerosoles atmosféricos y la contaminación química; o los problemas de desertificación, acidificación de océanos y pérdida de fertilidad de los suelos, por mencionar sólo algunos de los más relevantes.

Ahora bien, dado que el mundo natural en el que se desarrolla esta crisis ecológica forma parte de nuestro mundo social (y viceversa, compartiendo ambos un permanente intercambio metabólico), es decir, dado que naturaleza y sociedad son inseparables entre sí, todos estos fenómenos tienen consecuencias enormes y determinantes en nuestras vidas. Así, por poner sólo algunos ejemplos, podemos hablar del incremento de las enfermedades zoonóticas transmitidas de animales a humanos a causa de la expansión de la actividad humana a nuevos hábitats y la degradación de los equilibrios naturales para la vida que trae consigo la destrucción de ecosistemas y biodiversidad; los grandes éxodos climáticos y migraciones forzadas que está generando el cambio climático; el incremento de enfermedades y muertes asociadas a la contaminación del aire; o la escasez de recursos para la producción (materiales preciados para tecnologías), distribución (combustibles fósiles) y consumo (ciertas cosechas, agua, alimentos y productos básicos, etc.) al que conduce la sobreexplotación de recursos, las dinámicas de sequías, acidificación y pérdida de fertilidad, etc.

En este sentido, debemos afirmar que esta crisis ecológica no se despliega en un escenario abstracto, sino en un mundo concreta e históricamente determinado por sus lógicas de reproducción social, por lo que la misma adquiere una forma específica. Y esto implica que, como dicha crisis se desarrolla respecto a nuestras sociedades en un mundo sumido bajo las lógicas de producción capitalistas, la crisis ecológica no pueda hoy constituir y tomar otra forma que la de crisis capitalista. Lo que se verifica además al constatar científicamente que ha sido la lógica social capitalista consistente en la acumulación incesante de ganancia y beneficio para la burguesía la que nos ha traído hasta el actual escenario de degradación y devastación ecológica.

La crisis ecológica representa así a la perfección esa agudización de las contradicciones al interior del capitalismo que atravesamos en la actualidad, pues la necesidad de este modo de producción de reproducir permanentemente y de forma ilimitada capital (y para ello recursos) está en total contradicción con los límites ecológicos del planeta. Y así, esta crisis está en completa relación con el resto de fenómenos que configuran la actual crisis de acumulación del capital (crisis de rentabilidad, de la productividad del trabajo, incremento de la población superflua para la producción, sobreendeudamiento, limitación de la capacidad de intervención de los estados, etc.), la cual no es otra cosa que una crisis de reproducción del capitalismo como forma social, es decir, una crisis de su capacidad para reproducir su relación de clase y lógica social en el tiempo y el espacio.

Una vez aclarada la verdadera naturaleza de esta crisis ecológica, que la derecha del capital se niega a reconocer, mientras que la izquierda reconoce de manera parcial y por tanto equivocada, merece la pena conectar esta con algunas de las dinámicas en marcha que la crisis capitalista trae consigo. Así, por su gravedad, puede destacarse el aumento de las tensiones interimperialistas y la dinámica belicista y autoritaria de los estados burgueses, en los que la crisis ecológica (sobre todo en su dimensión energética y de recursos) juega un papel central. Y es que dada la previsible escasez de ciertos recursos que algunos de los efectos de esta crisis puede provocar, hoy vemos clara la tendencia de estos estados, por un lado, hacia un control social creciente en el interior que intente neutralizar la miseria que se dará para el proletariado sin que esta explote del todo; y, por otro lado, hacia una guerra total en el exterior con nuevas dinámicas de expolio de los recursos y sometimiento del proletariado de los países de la periferia capitalista.

Y frente a esta barbarie, frente a quizás el reto civilizatorio más grande de nuestra historia, con dinámicas de destrucción progresiva que amenazan la vida de millones de trabajadores y desposeídos a escala global, con los equilibrios ecosistémicos en descontrol, las jóvenes trabajadoras tenemos que soportar los cantos de sirena de la socialdemocracia verde y su nuevo populismo ecologista. Así, sus nuevas apuestas basadas en un Green New Deal y un capitalismo verde, renovable y sostenible no hacen más que aplazar el problema, pues los mismos se dirigen contra los efectos del problema, en vez de contra sus causas, y no cuentan siquiera con una mínima estrategia que les permita hacerlos efectivos, siendo incompatibles con las exigencias de la rentabilidad y el mercado en las que pretenden seguir basándose (sobre todo en un momento en el que relanzar nuevas fases de acumulación de capital será más complejo), todo lo cual las sitúa como alternativas impotentes y utópicas.

Ante todo ello, no obstante, cada vez somos más las jóvenes de clase trabajadora que estamos comprendiendo que la única forma de hacer frente al reto civilizatorio que trae la crisis ecológica es la construcción de un nuevo poder socialista que haga efectiva una nueva forma de organización social basada en la planificación consciente y racional de nuestros recursos y necesidades ecológicas. Así, frente a la ofensiva burguesa contra nuestras condiciones de vida y frente a la total amenaza a las de las generaciones trabajadoras posteriores, nosotras creemos que responder a la crisis ecológica pasa hoy por recomponer desde la juventud trabajadora la organización política independiente de nuestra clase respecto al poder del capital y el Estado. Proyectando un modelo de autodefensa socialista también para nuestro «cuerpo inorgánico”, la naturaleza; logrando un control proletario del espacio para gobernar nosotras mismas los intercambios metabólicos a una escala cada vez mayor; y construyendo una economía de personas libremente asociadas que planifiquen su (re)producción atendiendo a las necesidades ecológicas y sociales. 

Pues sólo entonces podremos responder de forma favorable para nuestra clase (y en última instancia, para toda la humanidad) al verdadero dilema que durante este siglo enfrentaremos, el cual no es otro que: organización racional de nuestro metabolismo o desastre ecológico; socialismo o barbarie.