La ilusión global que surge de la experiencia inmediata y permanente de la forma de la reproducción social capitalista, es decir, el espejismo que posiciona al Capital como motor de la riqueza y anula la idea de cualquier otra forma de organización social posible, es lo que podríamos definir como «misticismo del capital». De este modo, el espacio de lo comprensible (y, por tanto, de lo posible) en el ámbito de lo político se modela y limita a través de las relaciones de producción capitalistas, por la forma del estado, el pensamiento y la ética burguesas.

En esta primera y breve aproximación en el marco de nuestra campaña ‘La juventud trabajadora contra la ofensiva capitalista’, lo que nos interesa señalar es cómo dicho misticismo del capital determina nuestro día a día de formas intangibles, condicionando las formas de comprensión y disposiciones de actuación generales a escala social. Es decir, pretendemos señalar como las formas sociales que el modo de producción capitalista necesita para su reproducción influyen en nuestra cultura como marco de comprensión de la vida, como sentido común respecto a las cosas y la forma de comportarnos ante ellas.

Y es que como hemos señalado en otras ocasiones, en un momento de derrota histórica como el que atravesamos y ante sociedades altamente desarrolladas tecnológica e industrialmente, el factor cultural y de consenso (que se situaría junto al coercitivo y de uso de la fuerza) juega un papel determinante. De esta forma, podemos observar como no toda la ofensiva burguesa que hoy nos golpea se despliega en términos directos, sino que esta se despliega también reforzando y ajustando una subjetividad que nos atraviesa de muy diversas formas.

La cultura representa así uno de los elementos principales del capitalismo, garantizando, entre otros tantos factores necesarios, la centralidad del consumo en tanto que eje vertebrador para satisfacer las necesidades de acumulación y reproducción del capital. Y de esta forma, el marco cultural posible evoluciona de forma unidimensional. Es decir, bajo la falsa apariencia de apertura e inclusión, dicho marco sufre una estandarización de los contenidos que responde a una única misión: la reproducción de la ideología y forma de comprensión del mundo burguesa. Sobre todo en momentos de crisis y ofensiva, en los que la cultura capitalista -relativamente abierta y diversa en contextos de crecimiento- adopta su faceta más voraz, replegándose para responder a este fin último. Y de esta forma, en un momento de ofensiva capitalista como el que estamos viviendo, el estado prepara su maquinaria de guerra cultural de forma más acusada y agresiva que nunca.

Aquí podemos encajar todas las dinámicas culturales actuales forjadas en la ideología de clase media, basadas en un conjunto de promesas irreales y un estilo de vida inasumible. Una forma de comprensión de la vida que ha implicado la implantación de una vida centrada en el individualismo mediante la falsa cultura del esfuerzo, que propugna ficticias soluciones individuales a nuestra miseria cotidiana como la inversión en criptomonedas, la entrada en estafas piramidales varias, las apuestas, los cursos de autoayuda, etc. Es decir, una cultura desclasada que empuja a la juventud trabajadora a ascender a costa y por encima de su clase, en vez de hacerse fuerte con ella.

Encontrando esta hoy, no obstante, uno de sus grandes límites en los enormes problemas de salud mental que cada vez más jóvenes trabajadores sufren día a día, con el consumo masivo de ansiolíticos, antidepresivos y demás fármacos adictivos a la orden del día como forma de disciplinamiento para mantenernos como trabajadores útiles. Y con la socialdemocracia tratando de capitalizar estos problemas trayendo, por ejemplo, como única solución posible respecto a tal problema la universalización de la terapia psicológica o la psiquiatrización. Es decir, dejando como siempre a un lado el enfrentamiento de las verdaderas causas de este problema y centrándose en la gestión de sus efectos con grandes proclamas sobre algo a lo que son incapaces de hacer frente realmente.

Por otro lado, son cada vez más evidentes la velocidad y el agotamiento producidos por nuestros ritmos de vida, los cuales en muchas ocasiones no escapan de la rueda casa-curro-casa. Así, vemos como dentro de nuestro tiempo ‘libre’ priman las formas voraces y rápidas de consumo de ocio que lejos de liberarnos agravan las condiciones de las que partíamos: fomentando adicciones que alienan, empeorando aún más nuestra salud mental y empobreciendo culturalmente a la juventud trabajadora, yendo desde las casas de apuestas al consumo frenético de drogas. Una dinámica de mercantilización total de nuestras vidas que se se enmarca claramente en el proceso de desposesión que vivimos, por el cual cada vez nos es más difícil adoptar formas de ocio que no impliquen consumo privado, por ejemplo mediante una represión cada vez más virulenta y restrictiva contra la liberación de espacios autogestionados y el desalojo continuo de los pocos que quedan en nuestros barrios, pueblos y ciudades. Espacios que tienen el potencial de estar libres del control del capital y la propiedad privada; un ocio enfrentado a la cultura del consumo que impera en forma de ocio en el capitalismo.

Estos son sólo algunos de los ejemplos de la forma cultural que adquiere la actual ofensiva capitalista. Pero frente a ella, sobre todo en un momento de derrota histórica del socialismo y de ausencia total de este como marco posible de comprensión alternativo para la clase trabajadora, nosotras creemos que la única manera posible de empezar a responder a la situación es impulsar un proceso organizativo a cada vez mayor escala que consiga poner los cimientos para hegemonizar de nuevo el comunismo como base de una nueva cultura entre la juventud trabajadora. Una cultura que debe romper con elementos como la sumisión total al dinero y la dependencia respecto al estado, la atomización extrema, la violencia mutua en las comunidades (machista, racista, transfoba, etc.), la despolitización, el consumo de productos culturales alienantes o la adicción al juego y a las drogas, por mencionar sólo algunas de las más relevantes.

En este sentido, la proliferación de los medios digitales y la aparición de las redes sociales, junto con la bajada en la demanda de los medios tradicionales de comunicación de masas, ha acentuado un contexto en el que todo el mundo parece competir por sobrevivir dentro de las lógicas de la oferta y la demanda mediáticas. Con esto, los medios de comunicación se han vuelto cruciales para la distribución de contenido político -muchas veces escondido bajo la forma tecnocrática de «sentido común» o «única salida posible»-, lo que ha provocado que muchos componentes centrales en la vida social, cultural y política asuman una forma mediática, pero también ha implicado la diversificación de los medios de comunicación de masas en la presencia en redes sociales. Un hecho cultural que no puede tomarse acríticamente (pues tiene grandes implicaciones políticas en nuestras posibilidades de intervención y de difusión de nuestras ideas), pero al que las comunistas no podemos dar la espalda, necesitando clarificar nuestra forma de intervención cultural en ellos para recomponer una alternativa política integral a la barbarie capitalista. Estas son algunas de las reflexiones iniciales que sobre la cultura capitalista hemos tratado en el marco de trabajo de nuestra campaña y que tenemos la intención de desarrollar para pasar a estar en situación de dar una respuesta efectiva a la ofensiva capitalista que nos golpea.