Gonzalo Gallardo, militante de EPS en Madrid
Nos encontramos en un momento de crisis capitalista. Por repetitivos que podamos sonar, es necesario insistir en este punto de partida las veces que haga falta para situar bien lo específico de la encrucijada histórica en la que nos encontramos. Pues toda crisis implica un periodo histórico de profundo cambio y reestructuración política y social. En este sentido, si la crisis de 1929 encontró como reacción en los estados del centro imperialista al fascismo y la segunda guerra mundial y la crisis de los 70 encontró a la ofensiva neoliberal y el modelo de gobernanza trasnacional (UE, BCE, OTAN..), con la progresiva traslación de los poderes efectivos de la clase dominante a una escala supraestatal y fuera de “control democrático” (reduciendo los escasos márgenes de negociación y poder que aún conseguía mantener un ya mermado movimiento obrero y sus clásicas estructuras políticas), lo que hoy parece dirimirse es la forma específica que el capitalismo va a tomar para tratar de responder a la profunda crisis capitalista que nos golpea desde 2008.
Y es que como ya nos advirtió hace un siglo un viejo (y manoseado) revolucionario sardo: “El viejo mundo muere y el nuevo tarda en aparecer. Y en el claroscuro surgen los monstruos”. Así, hoy nos encontramos sin duda en medio de la travesía por un nuevo claroscuro, un impasse histórico cuyos monstruos empiezan a asomar, los cuales sin embargo sólo pueden situarse a través de la recuperación de la crítica de la economía política. Recuperación necesaria para la construcción de una independencia política que nos permita tener puntos de vista correctos y propios sobre la realidad política en la que intervenimos. Y una crítica que debe situarse en nuestro contexto particular a través del análisis de coyuntura, subrayando cuales son las tendencias y los efectos más determinantes en nuestra situación de las contradicciones que atraviesan la forma social capitalista y permiten su superación. Sobre ambos elementos intentaremos apoyarnos por tanto a lo largo de este texto, para esbozar después el modelo de estrategia que se desprende de ellas como forma necesaria para hacer frente a nuestras tareas.
Reestructuración capitalista
La crisis que hoy nos golpea es ante todo una grave crisis de acumulación del capital, es decir, una profunda crisis de valorización (y recuérdese: el capital es el valor que se valoriza a sí mismo sin cesar) que pone en riesgo la reproducción de la propia relación social capitalista en su conjunto. Y es que, como sabemos, el aumento constante de la productividad del trabajo al que conduce el capitalismo y su lógica basada en la competencia para extraer cada vez mayor porcentaje de ganancia, implica necesariamente la progresiva sustitución como factor determinante de la producción de trabajo humano (vivo) por tecnología y maquinaria (trabajo muerto). Escenario que necesita cada vez de menor número de trabajadores para producir los bienes necesarios para satisfacer las mismas necesidades sociales, de tal forma que expulsa cada mayor porcentaje de trabajadores del ámbito de la producción, consolidando una cada vez mayor población superflua para el capital. La automatización y robotización, con el desarrollo de la inteligencia artificial como su último salto adelante, muestran claro un mundo en el que el trabajo vivo realizado directamente por los obreros cada vez importa menos; lo cual, a su vez, es un problema mortal para el capital, porque este trabajo vivo es el único del que el capital puede obtener el plusvalor necesario para reproducirse. La financiarización y reestructuración capitalista de los 70 trató de hacer frente a las primeras manifestaciones de este fenómeno, pero esta no podía constituir sino una huida hacia adelante que no hizo más que agudizar las contradicciones internas a la forma de reproducción social capitalista. En este sentido, hoy más que nunca puede afirmarse que el trabajo vivo supone un problema para el capital. Pues a la vez que lo necesita por ser su razón de ser (su fuente de plusvalor), este no puede parar de expulsarlo de la relación entre ambos. Un problema que, por tanto, en su propio desarrollo durante estas décadas ha transformado la configuración y composición de la clase llamada a realizar ese trabajo.
En este sentido, si bien hasta los años 70 dicha clase se puede identificar aún con un proletariado industrial que acude a la fábrica al encuentro de un capital sediento y aún necesitado en gran parte su trabajo, hoy con lo que nos encontramos es con un proletariado informal, una clase trabajadora en transición que está cada vez más excluida de un trabajo que el capital ya no quiere. Una clase cuyo vínculo con la relación social capital-trabajo es así precaria e inconsistente, estando ligada en su mayor parte al sector servicios, pero aún más al desempleo o el empleo temporal, precario e inestable. Lo que implica que el salario directo recibido en el puesto de trabajo por esta clase esté por tanto perdiendo fuerza como mediador de la reproducción social, de tal forma que este proletariado se muestra claramente como el conjunto de los desposeídos, los sectores que no tienen acceso a la propiedad de manera estable, ni al control sobre el espacio y las condiciones de reproducción de su vida. Y unos desposeídos que en los estados del centro imperialista dependen de la venta de su fuerza de trabajo para reproducir su vida, directa o indirectamente, y por ello también cada vez en mayor medida del estado y su salario indirecto vía servicios públicos cuando dicha venta no pueda efectuarse (tendencia cada vez mayor), pero que en los estados de la periferia se conforma como una masa difusa que migra malviviendo entre barriadas marginales y rurales en busca de empleo temporal e informal, consolidando la permanente migración como su dinámica central. Situación en la que se encuentran unas dos mil millones de personas, 25% de la población mundial.
Este es a grandes rasgos el marco general de un mundo en crisis, un estadio en el que la relación social capitalista ha topado con un problema de rentabilidad y generación de plusvalor sin precedentes. Un mundo donde la crisis ecológica, como crisis climática, energética y de biodiversidad generada en gran parte por los efectos de la dinámica capitalista, amenaza con degradar las condiciones biológicas necesarias para la vida humana. Y un mundo en el que el tremendo grado de competitividad internacional entre capitales necesario para proseguir a toda costa el proceso de acumulación obliga a la guerra comercial, la cual enfrenta entre sí a bloques geopolíticos cada vez más cohesionados (con la particularidad de la guerra por recursos escasos que la crisis ecológica además está ya introduciendo), tendencia que en última instancia nos dirige directamente a un posible escenario de una nueva y aún más destructiva guerra mundial entre potencias imperialistas, que dado el actual desarrollo militar y grado de irracionalidad política propio de la burguesía bien podría cerrar nuestra historia de golpe.
A todo este proceso que hoy nos atraviesa puede denominársele reestructuración capitalista. Un proceso de reestructuración que implica necesariamente una reestructuración de la relación de clase entre el capital y el trabajo, en tanto los enormes cambios sucedidos en las últimas décadas modifican por completo la composición de la burguesía y el proletariado, las dos clases históricas fundamentales dentro de la compleja estructura capitalista de clases. En este sentido, a cada etapa de desarrollo capitalista le acompaña una determina forma de lucha de clases, las cuales determinan una específica composición para cada una de estas clases que incluye no sólo su situación general dentro del modo de producción, sino también el conjunto de experiencias de lucha, comportamientos y el modo en que sus necesidades centrales se renuevan y definen cada vez de forma nueva. Una composición que es necesario entender y situar, analizando las tendencias que la atraviesan, de tal forma que la intervención política que estas clases puedan desarrollar parta del escenario real en el que nos encontramos y no del que quizás nos gustaría encontrar. En la aproximación estratégica del final volveremos sobre esto.
Pero por cerrar este punto: como hemos visto, la crisis capitalista va mucho más allá de la crisis de su modelo financiarizado o del hiper-endeudamiento de los estados burgueses, a los que a veces se reduce la cuestión. Hoy nos encontramos ante una crisis integral del capital como relación social, cuyos enormes cambios apuntan a que la forma específica que puede tomar para tratar de responder a su crisis de acumulación sea la de una actualización autoritaria del capitalismo. Esto es: un reforzamiento y renovación de la dimensión autoritaria y coercitiva de la que todos los estados burgueses se componen (junto a la cohesionadora y de consenso, presentes siempre en una relación de mutua determinación), la cual se torna su dimensión más efectiva en épocas de intensificación de la crisis, donde la miseria se extiende y requiere por tanto de un aún mayor disciplinamiento y control del proletariado. Un pacto social pasivo impuesto por la sumisión materializada por la represión estatal, donde la desposesión generalizada del proletariado internacional se neutraliza con medios de dominación que hacen cada vez más acusada la impotencia real de unos individuos aislados frente al poder del capital. Una actualización que refuerza así el papel del estado burgués como pantalla de saqueo de los salarios y nexo de un modelo de acumulación mundial que requiere de una competencia cada vez más militarizada y beligerante (ahí el recién aprobado mayor gasto militar en defensa alemán desde 1940, las políticas comerciales agresivas de Biden, etc.).
Breve excurso quizás no tan excurso: final del ciclo 15M y restauración borbónica
Este es el escenario general con el que nos encontramos. Un escenario donde el cinismo y la ambigüedad se convierten en una de nuestras mayores amenazas. Así que vayamos al grano y seamos honestos: el fracaso de la nueva socialdemocracia es hoy un hecho constatado. En el contexto del estado español, independientemente de lo que ocurra en las próximas elecciones del 23J, hoy podemos ya enunciar en tono solemne: españoles, el 15M ha muerto. Zapatero se ha encargado de constatarlo, poniendo en círculo a cantar y darle palmitas a todos aquellos que en un tiempo no tan lejano se encontraron en las plazas al grito de “¡PSOE y PP, la misma mierda es!”. Mientras tanto, escribimos estas líneas viendo a una Diaz desorientada moverse por el territorio estatal con una pobre propuesta de herencia universal a lo piketty que ni su propia base social entiende, siendo interrumpida en sus actos por los trabajadores del metal en Cádiz, que no olvidan las tanquetas enviadas hace apenas unos años por su gobierno para reprimirles. Suenan así trompetas de guerra que anuncian un considerable batacazo que no superaría por mucho los resultados de IU en las generales del 96.
Ni un Sánchez perfumado a lo olof palme y vitoreado por todo el progresismo parece ser capaz de sacar esto adelante. La derechización de la sociedad española es lo suficientemente profunda para que con una “buena campaña” no baste para desarticular el profundo giro reaccionario ya instalado. Y el debate con un Feijóo ayusizado frenó tal relato. Parece que sólo un milagro, con un empujón bestial de los nacionalismos periféricos, podría evitar que PP y Vox sumasen absoluta. Pero seguramente ni con eso podría reeditarse un “gobierno progresista” de coalición, que afrontaría un desgaste brutal. El adjetivo Frankenstein para el gobierno que de allí resultara se quedaría corto y las exigencias para formarlo superarían por mucho los límites de un PSOE que sabe que Alemania ha entrado en recesión técnica y Lagarde no va a tardar en imponer la adopción de políticas de austeridad. Que gobierne el PP y el turnismo haga el resto, pueden pensar los barones socialistas agitando sus copas de coñac, mientras ven como sus revoltosos hijos de las plazas se degüellan entre ellos.
Mientras tanto, Iglesias afila sus cuchillos desde unos platós menos roñosos que los de La Tuerka, los cuales cree capaces de convertir en sala de máquinas para una guerra cultural izquierdista. El pobre Gramsci estará revolviéndose en su tumba viendo cómo algunos de sus ‘pupilos’ le han entendido. Con una estrategia apenas definida, el hombre de acero fantasea con erigirse de nuevo tras la debacle yolandista como el salvador a la izquierda, la verdadera oposición desde el podcast, que confirmaría que una apuesta de tipo más izquierdista sería necesaria para dar la disputa, la cual tratará de articular desde el plano extraparlamentario tejiendo alianzas con un movimentismo que resucitará frente a los embistes de la derecha. Frágiles mediaciones para una compleja tarea…
Pero el resto de los protagonistas de aquel ciclo 15M tampoco parecen hoy mucho más orientados. Como decíamos, seguramente el laborismo de Diaz muera en el paritorio o nazca gravemente mermado. Somos siempre la farsa después de la tragedia de algún experimento ya muerto, y con estas cartas un Corbyn en muchas mejores condiciones ya se quedó por el camino. Por otro lado, la hipótesis errejonista del populismo ecológico y su fórmula sandía (verde por fuera, “rojo” por dentro), que en 2019 pareció postularse como la apuesta del siglo con Ocasio-Cortez atizando con el Green New Deal a diestro y siniestro, se ha demostrado aún demasiado verde para explorarse, pese a la aparente sofisticación de los aportes de algunos de sus nuevos fichajes intelectuales de referencia. Anticapitalistas, el hijo izquierdista del ciclo, permanece ambivalente entre bambalinas, tonteando con ciertas expresiones del sindicalismo combativo y social (CGT/Inquilinas), sin saber muy bien cómo meterle ficha y entrarle a unos movimientos sociales sin oxitocina por estar en plena crisis de los 40, a la espera de ver cómo avanzan otros procesos y de si Rodríguez da luz verde para enterrar de una vez por todas aquel invento del andalucismo rupturista. Por acabar, el mítico Beiras, pese a su erudición, muestra claro que tampoco los nacionalistas parecen mucho mejor situados para hacer frente al escenario: la CUP se desinfla, ERC no termina de captar bien el paso desde el golpe al procés, el BNG se limita a disputar los restos del limitado espacio de En Marea y todos miran a una EH-Bildu convertida en pilar clave para la estabilidad del régimen del 78 en la zona especial norte, que señala el camino: integración (de rostro rupturista) o muerte.
Este viene siendo a grandes rasgos el putrefacto escenario que los protagonistas de esta historia han conseguido dejar tras estos últimos 10 años de idas y venidas, con el resto de familias, grupúsculos y sectas que formaron parte de este ciclo 15M aún más desorientadas y vapuleadas por la ofensiva capitalista que atravesamos. En suma, el más que previsible final de la experiencia del gobierno progresista representa un ciclo electoral burgués que se cierra, dando paso a otro nuevo, marcado quizás por una aún mayor dispersión y desorientación (y seguro que desafección política general) que cuando todas ellas concurrieron hace ya más de una década en las plazas (y luego en los despachos). Un escenario que prefigura una larga travesía por el desierto en la próxima década para todas estas expresiones de la nueva socialdemocracia, que sólo el cínico catastrofismo morichista está hoy quizás a la altura de capturar en todo su esplendor.
Y es que, pese a las particularidades tácticas con que cada sector plantea hoy el escenario (que, como hemos visto, parecen sumamente frágiles), su apuesta estratégica, consistente en reproducir de manera estable la relación de clase y la lógica social capitalista, tratando de no permitir un exceso del capital frente al trabajo que desestabilice demasiado los equilibrios sociales logrados hasta el momento y redistribuyendo la riqueza (o mejor dicho, la miseria) de una manera “mejor” o “más justa” que la de sus temerarios hermanos de derechas, el proyecto histórico de la socialdemocracia encuentra su condición de posibilidad en el funcionamiento de ciclos expansivos o de bonanza del capitalismo que permitan tal redistribución (acople salarios obreros-ganancias burguesas), los cuales ya vimos no pueden volver sin una nueva guerra mundial que reinicie la historia (o quizás la termine de una vez por todas). El agotamiento del proyecto socialdemócrata es por tanto un agotamiento histórico, no coyuntural y momentáneo, por mucho que la izquierda del capital, parte fundamental del partido del orden, no vaya a parar de reinventarse y mudar de piel las veces que haga falta para seguir siendo pieza clave del tablero.
A este escenario podemos definirlo como restauración, en tanto que los desequilibrios introducidos por la clase media a partir del 15M, una clase media que se revolvía viendo los primeros coletazos del proceso de proletarización, desposesión y ofensiva que se iniciaba contra ella en 2008 y la crisis de representación que esta generó, han sido ya neutralizados: el proyecto de la clase media representada en la nueva socialdemocracia de corte populista y algo más rupturista ha sido derrotado, sin capacidad de haber alterado prácticamente ningún clásico equilibrio del modelo de poder español (monarquía, turnismo, estado centralizado y unitario, europeísmo y atlantismo, sindicalismo de concertación y vigencia de los pactos de la Moncloa, etc.) y estando ya sumida de forma total en un proceso de proletarización que va a partirla en dos. Cómo reaccionará esta clase media en proletarización a su proceso de descomposición es una de las variables más determinantes de la coyuntura política que viene, dada la estructura de clases de los estados altamente desarrollados del centro imperialista y el papel que juega esta clase en ellas. Y hoy, sin duda, todo apunta a que esta clase media será (y es ya) la base social principal del proceso de derechización y giro reaccionario en marcha en todo el mundo. Reacción que tiene muchas aristas posibles en el contexto cultural español, pues el franquismo sociológico de Vox actualizado por la alt-rigth americana bien puede ser acompañado por el escuadrillismo de grupos fascistas como Frente Obrero o Desokupa, con unas clases medias agónicas dispuestas a echarse en brazos de cualquier fariseo dispuesto a defender los muros de su decadente ciudadela: vivienda en propiedad, fronteras controladas y rojos, maricas, mujeres e inmigrantes tranquilitos en sus casas.
Un giro en completa sintonía con esa actualización autoritaria del capitalismo que entendemos que viene. Y un giro que bien podría tildarse de restauración borbónica, capricho retórico que, no obstante, pretende captar que esta década de ciclo 15M aupado por unas clases medias en descomposición, las cuales veían como los equilibrios políticos y parlamentarios ya no reflejaban su decadente mundo del progreso, la prosperidad y la paz social y necesitaban por tanto de una “regeneración democrática”, bien podría equipararse a alguno de aquellos bienios/trienios/sexenios democráticos del s. XIX donde las clases populares españolas exigieron también una integración en un mundo en cambio (aunque en un sentido totalmente distinto), a los que tras una aparente integración siempre se respondía con la restauración de la forma de poder de mando más eficaz en el contexto estatal español: la borbónica. Y es que sin querer detenerme de más en este capricho retórico, poco determinante en la hipótesis central del texto, es indudable que la ola reaccionaria que viene pretende asentarse políticamente dirigiéndose sobre todo contra los elementos de mayor dinamización política de esta última década (feminismo, cuestión nacional, LGTBQ, luchas en torno a vivienda, ecologismo, etc.), de tal modo que la actualización de una forma de gobierno de pulsión aún más centralista y conservadora, plenamente identificada con los clásicos equilibrios de poder del régimen del 78 y que entiende la corona como su estabilizador central parece hoy la opción más probable.
En este excurso, por tanto, la formulación analítica de nuestro momento queda así presentada como: reestructuración capitalista y restauración borbónica, a la que faltaría añadir: y recomposición de clase, en la que ahora nos adentraremos. Pues en tanto la restauración borbónica se presenta como la forma posible que toma la reestructuración capitalista en el estado español, pudiendo sin embargo adquirir esta otras formas no restauradoras, sino innovadoras, en estados con tradiciones y correlaciones de fuerzas distintas (quizás el chileno, con su proceso de integración y canalización a través del proceso constituyente es el más paradigmático de los últimos años), este no puede salir a la palestra sino como momento del polo positivo de la ecuación, el de la reestructuración capitalista, que se opone en este caso sí de forma necesaria a su polo antagonista de recomposición de clase, verdaderos protagonistas universales del conflicto (capital-trabajo) que estamos tratando de situar y exponer en estas líneas. Así, la restauración borbónica aparece como el momento o forma específica que toma la reestructuración capitalista en nuestro contexto, dentro de la cual debe emerger necesariamente su polo antagónico de la recomposición de clase, que encuentra configuraciones muy particulares en esta concreta forma política que la reestructuración adquiere.
Recomposición de clase: una hipótesis estratégica
Frente a la mayor parte de intelectualidad radical de la izquierda y el movimentismo, que cuando consigue situar el fondo del problema en los términos de crisis capitalista y fin de ciclo siempre suspende su aproximación en ese punto, dejando para “otro momento” la respuesta lógica que se derivaría de su análisis y disociando por tanto medios y fines, crítica y propuesta, los comunistas estamos obligados a seguir otra senda: partiendo de la crítica de la economía política, concretamos esta en un análisis de nuestra coyuntura social y política, y a partir de ambas desarrollamos nuestra aproximación estratégica y táctica a la realidad en la que intervenimos. Es por ello por lo que desde el principio el factor de recomposición de clase sobrevolaba todo el texto y resultaba para él esencial.
Ahora bien, ¿por qué hablamos de recomposición de clase? ¿Es este otro capricho retórico o se trata, por contra, de un factor determinante? Pues bien, fuera del tono polemista del anterior punto, el concepto de recomposición de clase adquiere aquí una dimensión estratégica esencial, ya que con él tratamos de capturar lo específico y determinado de la formación social en la que nos situamos temporal y espacialmente, es decir, la relación entre una fase concreta de desarrollo capitalista (cuarta revolución industrial y profunda crisis de acumulación, con la cuestión de la cada vez mayor población excedente para la producción como uno de sus factores esenciales) y la específica composición política que la clase trabajadora tiene frente a ella.
Una composición política de la clase que, como factor determinante de nuestro escenario, cabe caracterizar como tremendamente débil y fragmentada. Así, si como dijimos, esta composición se define no sólo por su situación general dentro del modo de producción, sino también por el conjunto de experiencias de lucha, comportamientos y el modo en que sus necesidades centrales se definen, hoy lo primero que habría que apuntar respecto a dicha composición es que el movimiento obrero tradicional en la que esta se basó fue completamente derrotado. Como sabemos, sus estructuras de poder clásicas, como los grandes sindicatos o partidos comunistas de masas fueron derrotados, desapareciendo y/o siendo completamente integrados por el estado y el pacto social capitalista, mientras que sus instituciones de reproducción social (casas del pueblo, ateneos, prensa obrera, etc.) quedaron en nada. Pero, por otro lado, frente a ese movimiento obrero tradicional emergió en Europa desde finales de los 60 hasta los 80 un nuevo movimiento obrero autónomo que trató de articular el nuevo escenario contra sus viejas estructuras de poder. Un nuevo movimiento que, no obstante, fue también derrotado, con la progresiva desaparición de las luchas y conflictos espontáneos e inmediatos donde la clase se presentaba como sujeto que aún se reconocía como tal e intentaba hacer coincidir su hacer y su capacidad de agencia en oposición a la sociedad capitalista con nuevas formas de organización. Mayo del 68, el movimiento estudiantil alemán, la autonomía obrera italiana y todo el boom del rechazo al trabajo fueron sus máximos representantes en nuestro contexto.
De esta forma, la actual composición política de la clase trabajadora está así definida por la derrota y desaparición del movimiento obrero en ambas expresiones, las cuales en última instancia hacen referencia al cierre del ciclo revolucionario mundial abierto por los bolcheviques en 1917, ciclo que se extendió por muy diversos lugares y de muy distintas formas hasta saltar definitivamente por los aires a finales de siglo, circunstancia concreta que nos obliga a conceptualizar el momento actual como un momento de derrota/repliegue histórico de la clase trabajadora, que determina a su vez por tanto que nuestras tareas estratégicas deban plantearse bajo la forma de proceso de recomposición política. Pues nuestras apuestas estratégicas y organizativas, si quieren ser efectivas, sólo pueden derivarse de la específica y real composición política de nuestra clase.
Y con esto llegamos, por tanto, al meollo de la cuestión. Pues, ¿cómo puede y debe abordarse dicho proceso de recomposición? Este es sin duda el principal interrogante al que estamos tratando de dar respuesta desde el Encuentro por el Proceso Socialista (EPS). Así, en un momento en el que el carácter antagonista del proletariado (bien consciente y organizado, bien espontáneo y radical) en el despliegue de sus conflictos y luchas concretas parece hoy casi inexistente, especialmente en los estados del centro imperialista (aunque Francia hoy apunte ya nuevas tendencias en marcha que hay que saber situar), nuestra principal preocupación es cómo podemos aportar y, por tanto, cómo debemos intervenir para empujar hacia adelante ese proceso de recomposición política de la clase que actualice su carácter antagonista. Y a nuestro juicio, para responder a este interrogante es necesario situar correctamente la específica mediación entre: a) una estrategia clara a largo plazo; b) una táctica de intervención situada, adaptada y conscientemente orientada; y c) un modelo organizativo estable, claro en cuanto a sus principios ideológicos y en continuo perfeccionamiento.
Aún en desarrollo dado nuestro reciente surgimiento, para quién esté interesado en profundidad en nuestro planteamiento estratégico pronto estará disponible un texto en el que se trata de desarrollar en mayor profundidad (y siempre es conveniente acudir a las tesis fundamentales del Movimiento Socialista de Euskal-Herria, impulsor de este proceso a otros territorios), pero para el resto trato de esbozar algunas de sus líneas generales.
En primer lugar, nuestra hipótesis estratégica parte del presupuesto de que la derrota de la clase trabajadora en sus distintas expresiones del siglo pasado y la aparente desaparición de su dimensión conflictual no implica, como algunos afirman, que la clase haya dejado de existir o que la lucha de clases sea hoy inexistente. Como vimos al inicio, el proletariado es hoy un sujeto muy distinto de aquel viejo proletariado industrial del siglo pasado, una clase amplia, diversa y sumamente fragmentada socialmente, atravesada además por numerosas formas de identificación política y cultural que han ganado mucho peso en las últimas décadas, y determinada sobre todo por los grandes cambios en la relación de clase entre capital y trabajo que ya vimos. En este sentido, nuestra concepción de la lucha de clases, alejada de esta como mero momento de efervescencia revolucionaria o alto contenido conflictual, la comprende como el modo general de existencia del capitalismo (de su proceso de acumulación y reproducción) que, en tanto expresión del conflicto capital-trabajo que articula nuestra realidad social, atraviesa todos los momentos de esta, de tal forma que luchas de diverso carácter y diferenciadas de la lucha laboral aparecen como diferentes formas de manifestación de lucha de clases. De ahí que los diversos problemas concretos que la clase trabajadora pone hoy sobre la mesa de manera más o menos espontánea frente a la crisis (de vivienda, sexo-género, salud mental, migratorio, acceso a recursos de primera necesidad, etc.) y sus correspondientes y legítimas luchas se presentan entonces para nosotras como luchas de clase, experiencias que precisamente constituyen a la clase más allá de su mera existencia objetiva bajo la relación social capitalista.
En segundo lugar, encontrarnos con una clase cuya composición se configura de manera novedosa y unas formas de lucha de clases que han mutado en las últimas décadas nos obliga a actualizar el conjunto de mediaciones necesarias para convertir estas nuevas formas de lucha de clases en lucha revolucionaria, objetivo que debería guiar a todo comunista. Y en nuestra perspectiva, dadas las grandes transformaciones en marcha, las cuales están desplazando cada vez más la importancia del salario directo (con todo lo que ello implica para la estrategia sindicalista) y dando cada vez más importancia al ámbito del salario indirecto en el modo de reproducción social (como puede observase en la prominencia del tipo de luchas que nuestra clase desarrolla hoy en torno a vivienda, alimentación, sanidad, etc., aunque sea de momento de forma asistencialista y resistencialista), resulta esencial dotarnos de un modelo organizativo independiente para la clase que otorgue a todas estas luchas salariales un sentido lógico dentro de una estrategia socialista actualizada y un renovado modelo de acumulación de fuerzas que apunten efectivamente a la superación de las formas sociales capitalistas.
En suma, se trata de construir un modelo de autodefensa socialista que entiende estas luchas en torno al salario (también al directo, que pese a su pérdida de centralidad sigue siendo importante) como la forma más básica en la que se manifiesta hoy la lucha de clases y el espacio más inmediato en el que se agrupa el proletariado, creando a partir de ellas mecanismos defensivos en torno a los que mejorar su posición de poder y difundir el programa comunista. Mecanismos que, sin embargo, superando la tediosa división entre luchas económicas y políticas deben estar vinculadas entre sí por la organización política socialista como centro dinamizador del proceso, que a partir de la efectividad y superioridad organizativa que demuestre pueda ir avanzando posiciones. Pues la desaparición del escenario de espontaneidad radical y autónoma que el proletariado desplegaba de manera instintiva en unas luchas en las que aún se reconocía como clase, escenario sobre el que se levantó la interesante, pero errónea estrategia de la autonomía operaria y que como dije se cierra tras la década de los 80 en Europa con la integración material e ideológica casi total del proletariado en el mundo de las clases medias, hace que hoy el lugar de la organización política y su intervención estratégico-táctica adquiera aún si cabe una mayor importancia en su proceso de recomposición.
Y en tercer lugar, por tanto, dado el momento de repliegue y fragmentación social y política de nuestra clase, resulta esencial una actualizada táctica de lucha cultural, la cual frente al simplismo del populismo debe desarrollarse como un proceso organizativo y de lucha política integral a través de distintas organizaciones transitorias capaces de unir los procesos de lucha de clases en distintos ámbitos en nuestra estrategia. Una táctica de lucha cultural que debe ir así progresivamente mostrando cada vez mayor efectividad organizativa en las luchas que desarrollemos, las cuales deben conseguir victorias, aterrizando el programa comunista en cuestiones concretas, construyendo grandes medios de intervención cultural de masas a nivel informativo, artístico y de socialización, y convirtiendo la organización política socialista en una escuela ética y nueva fuerza moral que demuestre a nuestra clase que el comunismo es de nuevo una alternativa real. A través de un modelo de actualización organizativa basado en un crecimiento proporcional del tejido revolucionario en torno a una estrategia unitaria, pero a la vez múltiple, capaz de desplegarse en cada generación, subjetividad oprimida y ámbito de la realidad social.
En esta primera fase la forma de movimiento socialista representa el sujeto que realiza dicha síntesis, otorgando unidad estratégica a las distintas fórmulas que seamos capaces de desplegar y haciendo que estas luchas pasen a tener un papel central en el objetivo de fortalecer el control general progresivo de la organización independiente del proletariado en su lucha por el poder político. Un movimiento en el que cada una de estas luchas adquiere un sentido estratégico con relación al resto, desplegando objetivos estratégicos y programáticos propios, pero vinculados entre sí, que deben tener una plasmación organizativa común, apuntando a la construcción de instituciones proletarias. Es decir, la forma de movimiento socialista se plantea como la forma estratégica que adquiere la organización comunista en un momento de repliegue y recomposición como el nuestro, la cual debe llevar a cabo las tareas que impone la fase actual de lucha de clases para poder avanzar progresivamente hacia otras formas organizativas más avanzadas.
De esta forma, a la reestructuración capitalista (y su forma estatal de restauración borbónica) se le opone entonces la recomposición de clase, única fórmula posible con la que creemos puede hacerse frente a la encrucijada histórica en la que nos adentramos.
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